Soy amante de los atardeceres, en cualquier lugar corro tras ellos y busco un sitio lindo o cómodo dónde poder disfrutarlos, lo he repetido infinidad de veces. Parece un juego y lo hago desde niña. Mi primer recuerdo cazando atardeceres fue en mi casa —una de tantas en donde viví— no importaba si estaba haciendo tarea, a penas veía los rayos dorados del sol corría para verlo. Me sentaba y comenzaba a platicarle al sol sobre cómo iba mi día. Tal vez se lea muy cursi, pero eso hacía a los 8 años, y al parecer no he perdido la costumbre.
Durante mi estancia en Holbox me prometí ir cada día al muelle y ver el sol. Lo logré un par de veces, porque debo confesar que algunos atardeceres me sorprendieron en Punta Cocos y un par más en Punta Mosquito. Hace años la isla ya me había regalado un par de pinturas inolvidables, pero lo que viví en este viaje no puedo explicarlo con más palabras. Cada uno tiene una historia, pero ahora sólo quiero mostrar su belleza, porque también aprendí que las tormentas son necesarias para hacer magia. ¡Disfruten!