13.12.16

Playa Balandra, Baja California Sur.

Qué ansiedad la mía por conocer Balandra, por sentir la arena y el mar. En cuanto llegué a mi airbnb me cambié de ropa, me puse traje de baño y salí sin saber exactamente cómo llegaría. Era un viaje mitad mochilero, al final era mi regalo de cumpleaños. Sólo tomé la cámara y la mochila.

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Playa Balandra, La Paz, Baja California Sur.
Antes ya había investigado que en la central de autobuses hay rutas hacia las playas, pero si subía a alguno no me daría tiempo de tomar fotos al atardecer, ya que el último autobús pasa alrededor de las 6pm. De cualquier forma, seguí caminando por el malecón y antes de llegar a la central de autobuses, vi un sitio de taxis. No, no es nada barato para sólo una persona, pero temía que fuera muy tarde, así que me subí. Y claro, como todos los taxistas, él era muy platicador y tuvimos una charla durante todo el recorrido. No podía estar más feliz. La playa está a 25 minutos aproximadamente del centro. Acordé con el taxista que regresara por mi a las 7pm, ya que quería estar hasta que se ocultara el sol, y él me dijo que llegaría antes por cualquier eventualidad.

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Lo primero que vi al cruzar las palapas, el hongo famoso estaba de lado derecho, rodeando un par de rocas enormes.
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En este banco de arena me cambié de ropa, ahí pensé que sería buena idea dejar la mochila en una orilla, ja. 
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Por fortuna no dejé la mochila y la llevé siempre conmigo, porque al volver ya no existía mas el banco de arena. 
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Y sí, no había nadie alrededor. 
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Parte de las rocas que hay que cruzar para llegar al otro lado de la playa. 
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Los turistas que iban y volvían del famoso hongo, el agua sigue debajo de las rodillas y la orilla ya estaba a varios metros.

Y de pronto, ahí estaba con jeans y mi mochila, sin saber exactamente qué hacer. Me acerqué corriendo al mar, lo había logrado y era mi cumpleaños número 30. Caminé por la orilla, me detuve en un banco de arena, que después desapareció y me quité tenis y jeans. Guardé todo muy bien en la mochila y comencé a entrar al mar lentamente. Caminaba y caminaba, el agua seguía llegándome debajo de las rodillas. El color turquesa cada vez era más intenso. A unos metros se veían un par de turistas que volvían, así que fui siguiendo su camino. Para llegar al famoso hongo se puede rodear entre las rocas o caminar en el mar. Gracias a mi casi-ceguera no vi el hongo. No, no lo vi al llegar. Lo confundí entre las demás formaciones. Así que yo seguía avanzando y el agua me llegaba a la cintura. Me detuve, miré hacia atrás y lo vi. Me reí muchísimo, no podía creer que no reconociera algo tan grande. 

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Lo primero que vi al llegar al otro lado de la playa.
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Y justo frente a mí, el hongo de Balandra, pero no lo distinguí y me seguí. 
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Y como no vi el hongo, acá el agua ya me llegaba a la cintura y tuve que volver a la orilla. 
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Y cuando me giré, lo vi. 

Una vez del otro lado y con el hongo de frente, tenía que dejar la mochila en algún sitio, así que me acerqué a la orilla que estaba prácticamente vacía. Sólo había una pareja con su hijo. Me acosté en la orilla, tomé un par de fotos y después me tiré "de muerto" toda la tarde. Es un lugar increíble, estaba disfrutando totalmente. ¡Era mi cumpleaños! Hago tanto énfasis porque me emocionan los cumpleaños más que otras fechas. Creo que es un día especial, de inicios, de regalos. Y así fue el mio. 

Entre toda mi cursilería, nombré a Balandra: "El amor". No podía explicarlo de otra forma al contarle a mi familia y amigos cómo era, sólo me salía un largo suspiro, y miraba todo como si estuviera enamorada. 

Cuando casi llegaba el atardecer, regresé a la orilla a comer. Llevaba un lunch que consistía en sándwich y jugo. No, en la playa no hay restaurantes. Tomé un par de fotos y sucedió algo muy gracioso. Las pocas personas que ya quedaban en la playa, de pronto, estaban desnudas. Éramos alrededor de 10 personas y 4 estaban felices y desnudos. Los envidié por un momento. No me animé a quitarme el traje no porque tuviera pena, sino porque me daba fiaca volver a anudar los hilos del traje que tanto trabajo me habían costado hacer. Así que sólo les sonreí. En ese momento aproveché para acomodar la cámara sobre mi mochila y poner el temporizador para tomarme una foto, terrible, pero la tomé. Sólo hice dos pruebas y al ver que el sol se iba, preferí seguir viéndolo. 

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Mientras comía, jugaba con la arena y no podía faltar la foto de Los Viajeros.
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Estaba a minutos de ocultarse el sol. El atardecer como regalo de cumpleaños.
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Y acá, nuevamente, cuando pones el temporizador, corres, esperas diez segundos y te das cuenta que la pose que hiciste no salió en la foto.
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Ellos también esperaban el atardecer.
No supero la tranquilidad de ese momento.
Lo últimos rayos.

Se ocultaba el sol y tres chicos volvían del hongo hacia el otro lado de la playa, se estaban yendo. Yo no me había dado cuenta que de pronto, ya estaba sola y estaba oscureciendo, así que acomodé mis cosas y decidí caminar por la orilla para volver por las rocas. A penas llegué a ellas y ya no pude seguir, las rocas de verdad se veían peligrosas y muy resbalosas, así que entre al mar y caminé. La hora azul me regalaba una luna pequeñita y un montón de estrellas que comenzaban a verse. Debo decir que tardé un poco más al volver, porque me detenía a tomar fotos, y trataba de alargar más el momento.

Se fue.
Una embarcación a lo lejos, en este momento ya caminaba por el agua hacia el otro lado de la playa.
Una larga exposición sin trípode ,para que se pudiera apreciar un poco más el cielo y el mar. A simple vista ya estaba bastante oscuro, pero yo no paraba de probar con la cámara.

El taxista me había llamado unos minutos antes avisándome que ya estaba ahí su hermano, que él no había podido ir. Me apresuré y al llegar al estacionamiento sólo había una persona y ningún auto. La persona que estaba es quien rentaba sillas o mesas y estaba cerrando y acomodando su lugar. No, no me espanté. Sé que de pronto me "arriesgo" un poco, pero estaba muy tranquila. Pasaron unos minutos y llegó el taxi por mi. Él había vuelto a una playa cercana porque no tenía red en su celular para avisar que ya estaba esperándome, así que en lo que volvía de una a otra playa, yo llegaba al estacionamiento. Estacionamiento que obviamente es muy pequeño, y está a un costado de la carretera. 

El camino de vuelta fue más reflexivo que el de ida, pero no paraba de sonreír. 



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