Todo comenzó al dejar mi maleta en el mostrador, ahí creí que era cierto que me iba, pero faltaban muchas horas para mi destino y yo sólo pensaba que aún algo podía pasar y no llegaría. Tal vez ahora suena bastante ridículo, pero eso sentía todo el tiempo. Que simplemente no iba a suceder.
Me dio tiempo de comer un poco y de poder despedirme. Isa me llevó un libro, una historia sin fin que no abrí en todo el camino. Sucede que no sentía que tenía que abrirlo, que no era su momento.
Iba hecha un caos, llevaba una bolsa con un montón de suéteres, cámaras y cargadores, audífonos enormes y una revista con Mafalda en la portada. Pasé hacia la sala de espera y encendí mi celular. Ahí estaba yo, sola, como la primera vez que viaje en avión hace algunos años. Mientras estaba en la fila para abordar, mi mamá estaba al teléfono. Me daba indicaciones como toda madre preocupada cuando su hija se escapa a otro país, pero también me dijo que no necesitaba de todas esas palabras, porque siempre he sido fuerte y hábil. Me dio la fuerza necesaria para no quebrarme y salir corriendo, para no escribirle y decirle que me detuviera, que no era verdad, que no quería. Al colgar supe que tenía que hacer un pacto conmigo y con mis sentimientos. Así es, estamos solos, dile que si a la aventura. Y volé.