Un día decidí ir a la montaña y al volver me abrí paso entre la hierba, me arrastré por la tierra y me sostuve de cada piedra con fuerza. Estaba cansada, perdida y con hambre, pero muy orgullosa de mi cuerpo y mente.
La mayor parte del tiempo ocupaba mis dos manos para avanzar, así que sólo en unos minutos no tan intensos podía tomar fotos o videos. Pensaba en lo peligroso que era todo en ese momento, desde una caída, un ataque alérgico, la oscuridad, un deslizamiento de rocas y mil cosas más. Pero también recordaba lo fuerte que son mis piernas, mi habilidad para mantener la calma y encontrar soluciones, la belleza que puedo ver en medio del caos. Eso me mantuvo presente y enfocada.
De niña no tenía miedo y siempre saltaba para investigar y ver qué más hay en el mundo. Esa tarde me acordé de esa niña y seguí sus consejos. No me arrepiento.
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