Estuvimos esperando un par de horas, primero teníamos todo el ánimo, permanecíamos de pie y platicando de cualquier cosa, pero después los minutos se hicieron más largos, la fila avanzaba poco y el salón donde estaría aun quedaba lejos. Cuando estábamos perdiendo la paciencia, logramos entrar y sentarnos en el piso, hasta ese momento nos dimos cuenta de que él estaba platicando con cada uno y por eso tardaba tanto.
Al llegar mi turno, él acababa de comer un cuernito de Starbucks como quien devora un manjar delicioso. Lo saludé, lo besé y me senté a su lado con la mente en blanco. No supo escribir mi nombre y yo no quise deletrearlo. Él me dijo que a veces se inspira demasiado y a veces se atora con las dedicatorias, pero que cuando pasé le llegó la inspiración. Le dije que había que aprovechar eso, que era el momento mágico. Firmó todos mis libros. Sonrió, me abrazó y posamos de nuevo para las fotos.