14.5.17

Pueblo Mágico de Bacalar (o cómo los pequeños momentos hacen el viaje mochilero)


Siguiendo el relato de mis primeras impresiones en Bacalar contaré sobre Pía, a quien conocí en Bacalar. Ella es de Alemania, pero habla español perfectamente porque estudió en Madrid, así que fue muy gracioso escucharla, era demasiado contraste en una sola persona de 1.80m y totalmente rubia, sus expresiones favoritas eran muy españolas, como guay, maja, o mola. No supo que eso no se usa en latino américa hasta una noche en Mahahual. ;) 


La conocí una noche, porque se quedó en la misma casa del couchsurfer donde yo estaba. Ella venía de Belice y Guatemala cargando una mochila enorme. De la universidad en Madrid se fue directo a mochilear. Esa noche que la conocí me preguntó a qué lugares iría, le conté que en dos días me iba a Mahahual, y ella no sabía exactamente a dónde ir, pensaba irse a Tulum o Playa del Carmen, porque en unas semanas tenía que tomar un avión para Cuba y reunirse con sus amigos en la isla para pasar tres semanas. 

Ella durmió en una colchoneta, mi CS en su hamaca y yo en una cama con un perrito, un cachorro demasiado pequeño que me daba mucha ternura. Al día siguiente ella tomó la bicicleta de Eliseo y se fue. Yo decidí caminar y recorrer de nuevo por calles por las que no había pasado. Fui en búsqueda de una casa de cultura que nunca encontré, pero gracias a esa confusión llegué a una entrada a la laguna que parecía parque. Y sí, cuando me acercaba me di cuenta que era el Balneario Público de Bacalar. Yo no lo podía creer. El lugar estaba totalmente vacío, con mesitas para comer en un jardín y un muelle muy lindo. 


Al estar allí llegaron un grupo de chicos con uniforme de preparatoria, se quitaron falda, blusa, pantalón, camiseta... y dieron un salto al agua. A los pocos minutos llegó una familia pequeña con su hijo de aproximadamente 8 años, y después llegó una pareja muy joven con su bebé. Todos ellos eran extranjeros. Los únicos mexicanos éramos los chicos de la escuela y yo. Aproveché ese momento para entrar al agua poco a poco y flotar. Es horrible no saber nadar, tengo que aceptarlo. 


Después de tostarme (bronceado más intenso) y envidiar a los chicos, caminé hacia un restaurante. Ojo, los chicos seguramente no dimensionen la belleza del lugar en donde viven, no saben que para matar clase yo iba a la biblioteca o caminaba diez minutos para ir a un centro comercial. No, yo no caminaba unas calles para estar en la laguna cuando un maestro faltaba a clase. 

En fin, caminé hacia el restaurante vegano para comer y pasar un rato más antes de seguir mi recorrido. Con cinco meses abiertos ya tienen recomendaciones de personas vegetarianas y no vegetarianas. Agradecí enormemente tener ese pequeño refugio, porque a pesar de que probé otros restaurantes, en ninguno me sentí como en casa, en todos sentía que estaban sobre mí, apurándome con la comida o la cuenta. Y a mí me gusta darme tiempo, disfrutar la comida y hacer sobremesa aunque esté yo sola. 


Al terminar, fui directo al parque 'El Ecológico'. Esta vez fui totalmente decidida a escribir y meterme al agua hasta quedar como una pasa. Mi sorpresa fue grande cuando vi que el parque no estaba tan solo como la primera vez, ahora habían un par de familias y dos grupos de amigos. Busqué una pequeña islita y me acomodé. No pude escribir como quería, porque siempre necesito más silencio y tranquilidad. A mi lado había una familia con tres niños que gritaban todo el tiempo, así que concentrarme fue lo menos que pude hacer. Pero eso sí, me metí al agua un rato y de pronto el viento estaba muy fuerte, sentía que me tragaba la tierra, literalmente, porque el fango que estaba pisando comenzó a ser más agua y yo cada vez me hundía más. Hora de salirse. 

Al final de la tarde quedamos pocas personas. Yo trataba de secarme con el sol, mientras observaba a todos. La vergüenza para hablar inglés me estaba dando dolores de cabeza, el grupo de chicos eran extranjeros y lo único que hacíamos era sonreír. Después de unos minutos llegó un chico, se sentó frente a mí y comenzó a meditar. Las posiciones que hacía me daban una envidia terrible, él miraba al lado contrario del sol y tardó una media hora haciendo posiciones que se veían bastante relajantes. Todo el tiempo lo estuve mirando de a ratos, porque aproveché para escribir, digamos que me inspiró. Cuando él se fue, me levanté para tomar unas fotos. Aquí sucedió uno de los momentos más reflexivos y lindos del viaje. Durante el atardecer, la luna estaba enorme, el cielo rosado, y a mis espaldas el sol se ocultaba entre las nubes naranjas. No sabía hacia dónde voltear, quería verlo todo. De pronto, sonaron unos tambores. Eran los chicos, los únicos que quedaban en el lugar, ellos comenzaron a tocar, casi como si fuera un ritual, o tal vez lo era y yo no sabía. Fue un momento mágico, realmente especial.


Al volver a la casa de mi CS, se había ido Pía. Era mi última noche y lo único que yo necesitaba y quería era dormir. Al día siguiente, creía que me esperaba sólo ordenar mi mochila e irme, pero la vida siempre tiene grandes sorpresas. ;)


Una publicación compartida de Blog Viajero ✈️ Jadis (@jadista) el



No hay comentarios.:

Publicar un comentario